lunes, 7 de marzo de 2016

DISFRUTE ABSOLUTO
TRABAJO ABSOLUTO. JUAN LUIS MORAZA
Galería Espacio Mínimo
16 de enero – 5 de marzo 2016
Marco Torres Romero de Ávila

En primer lugar, felicidades al curator, pues ha sido en Trabajo absoluto una de las veces en que más efectivo, acertado y adecuado he encontrado el texto de prensa, y como mejor complemento a la propia exposición. No siempre se consigue. Juan Luis Moraza y Espacio Mínimo realizan su primera colaboración como muestra individual juntos, con esta amalgama de obras de aromas indudablemente Benjaminianos, Ruskinianos y Marxistas.
El tema del trabajo tiene una doble vertiente importante, que se evidencia muy claramente en las piezas que conforman esta exposición. Más allá del tiempo, esfuerzo, o carga de trabajo real que haya exigido su elaboración para el artista -y este sería el momento de preguntarse: ¿Y cómo diablos se cuantifican o comparan cosas como la carga de trabajo en ámbitos completamente distintos? Pero ese es otro debate-, Moraza consigue algo: las piezas que encontramos en Espacio Mínimo dan sensación de trabajo, de curradas, de esa parte del trabajo, quizá más pesada y monótona, que a todos nos cansa. Pensemos, por ejemplo, en los Nofondos (¡Gran título!): a cualquiera le parecerá un coñazo el haber tenido que rellenar esas superficies con garabatos hasta acabar. O en la cantidad de hojas del Calendario de fiestas laborales, con la información y leyenda personalizada de cada una, etc. El artista también es un mago y un ilusionista, y en este caso la cantidad de trabajo (como un valor añadido), es algo que se puede oler en el ambiente. Insisto, se haya dado en realidad o no, es lo de menos.
Pienso que, ante todo, se trata de una exposición propositiva. Se está pidiendo un compromiso, incitando al espectador para participar de las obras (a leer las hojas de cada 1 de mayo, a recorrer el campo de Tizas en sus diferentes recorridos, a seguir con la mirada el entramado de líneas de La fiesta como oficio). Como espectador, se está llevando a cabo un trabajo también, un proceso por el cual se realiza un esfuerzo. Nos tomamos esa molestia, y producimos algo a través de ello. Generalmente, de forma placentera y ociosa, voluntaria. Pero es que así mismo es como, en teoría, podría ser cualquier oficio. Una reflexión sobre el lenguaje y la distorsión que se genera a la hora de representar la realidad nos indicarán fácilmente que nuestro uso de palabras como producción, ocio, oficio, actividad, trabajo y tantos otros términos es, realmente, una consecuencia de las reglas dadas por el sistema, el capital y el propio aparato social y que, sin embargo, todos ellos se refieren a procesos que podrían considerarse iguales, en su aspecto más puro.
En este sentido, creo que es indudable que existe otra reflexión interna importante en la muestra: esa dicotomía eterna, imperecedera, del artista trabajador/ocioso, del oficio del arte como hobby/actividad profesional (algo compartido con los músicos, los escritores y otros campos de la actividad humana de un carácter marcadamente creativo y, supuestamente, alternativo (y aquí soy yo el que incurre en una falacia, si bien intencionada, cuando doy por hecho que no se puede ser creativo, no sé, recogiendo aceitunas por ejemplo. Porque evidentemente, se puede)). Moraza pone su profesión en un plano muy adelantado, casi en el primero, de entre los diferentes debates que genera la exposición. Y, al igual que pienso que en esta muestra huele a trabajo real, plomizo en ocasiones, también creo que huele a diversión, a pasión por la actividad propia, y a esa maravillosa anulación que se produce entre trabajo duro y sufrimiento para dar, en su lugar, paso al disfrute. Aunque parezca imposible, como algunos sabemos, a veces ocurre.

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