jueves, 3 de marzo de 2016

LA INESTABILIDAD DEL SIGNO

LA INESTABILIDAD DEL SIGNO. Juan Luis Moraza. Galería Espacio Mínimo. Marta Souto Martín

La vida social y las relaciones interpersonales que se inscriben en ella, entran en conflicto con la vida íntima y el encuentro subconsciente con el yo lacaniano. Podría decirse que en esta lucha por la supervivencia, nos vemos obligados a autoafirmarnos constantemente en una negociación de nuestra propia subjetividad con el otro. Del mismo modo, pertenecer a una cultura conlleva establecer un pacto con la ciudadanía, que nos compromete a sacrificar parte de nuestra individualidad para garantizar el bienestar común. Y mientras los individuos se diluyen en la crisis de identidades de la era global, la cuestión del trabajo se expande-la noción de “campo expandido” presente en Rosalind Krauss (La escultura en el campo expandido)-, y la oficina se descentraliza-así como la relación objeto-referente en la obra de Juan Luis Moraza-.

En la muestra se hace del trabajo un espejismo de duplicidades, que se dilatan e invaden la noción de tiempo libre, y se construye una sinonimia con el goce o la fiesta. En suma, con algo soportable. Además, la distancia que antes separaba la jornada laboral del tiempo de ocio y descanso es hoy una línea indiscernible,  y el oficio una forma de estar en el mundo. Esta concepción materialista del ser se manifiesta en trabajo absoluto. A través de una apropiación consciente y reflexiva de ciertas convenciones, en este caso desde una lógica marxista, el artista problematiza la normatividad de la significación y da lugar a un encuentro abierto entre el autor de elaboración-artista-, y el autor de interpretación-públicos-, que se conectan con la experiencia de la obra en su presencialidad.

Asistimos, por tanto, a una reflexión sobre el sistema de producción, tanto de capital simbólico-conocimiento dado en las escuelas-, como de capital económico. En Erosis se evidencia la disfunción de la herramienta ante la imposibilidad de ejecutar la acción: las erosiones de las macro esculturas antropométricas nos hablan de una correlación entre la calidad de la enseñanza, o su precariedad, y la profesionalidad de los futuros trabajadores, que dejan atrás la etapa de aprendizaje y se centran en la cotización de sus vidas También los lienzos de pizarra emborronados nos invitan a pensar que solamente desdibujando, desaprendiendo, podremos construir nuevas formas relacionales y descifrar sus mensajes.


Suele decirse que la educación es la base del desarrollo de los pueblos y el trabajo su fuente de riqueza. Sin embargo, Moraza descodifica este tipo de aforismos y hace un ensamblaje con la biopolítica foucaultiana. En alusión al texto de Jonathan Crary, la jornada laboral es la representación de nuestra propia condición de alienados-la posibilidad de estar las veinticuatro horas del día, durante toda la semana, conectado a un dispositivo de control-. Paralelamente, en este conjunto de oposiciones, el calendario académico imposibilita la libre determinación de los escolares, y la acumulación de conocimiento se torna en un complejo escenario de repeticiones mecánicas. La tiza se convierte en una metonimia de la clase, y las pizarras, inalcanzables en lo alto, evidencian la crisis del sistema docente. El maestro ya no enseña deleitando, como dijera Horacio, ni tampoco respeta el principio de creatividad o autonomía del saber. 

Vivimos en la brecha sociológica de lo contemporáneo, donde el aprendizaje se muestra como una actividad baldía sino conduce a la generación de nuevos perpetuadores del statu quo. La semiótica del trabajo es extensible a la noción del tiempo como ordenación de nuestras edades-así como el tiempo que va a contrarreloj y retrocede sobre los pasos andados-. Encuentro claustrofóbica la instalación de La fiesta como trabajo. Hay una dimensión mimética de la realidad que nos atormenta en su devenir caótico-las cadenas que te prohíben el paso, las balizas que te avisan de que hay peligro, las redes de lo rutinario-. Es evidente que la certeza no existe y ante esa hipocondría, solamente queda ordenar los días, aunque sea a jornada completa. 

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