Juan Luis Moraza, trabajo
absoluto, Galería Espacio Mínimo (16 de enero – 5 de marzo 2016).
Lucía Cirujano Ruiz
Calendarios, tizas, pizarras, tiempo, sonido y barreras es
lo que encontramos en trabajo absoluto.
Son las obras de Juan Luis Moraza expuestas en las salas blancas de la Galería
Espacio Mínimo, al lado del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía donde
entre el 2014 y el 2015 se podía visitar república,
exposición de este artista. Juan Luis Moraza es un escultor, escritor,
comisario y profesor vasco con un gran recorrido profesional, sobre todo en
nuestro país, con obras en colecciones públicas, como las del Guggenheim o el
Reina Sofía, y privadas. En una entrevista a El Cultural dice: “En realidad,
una obra no quiere decir nada. Más bien hace decir, hace pensar, hace sentir.” Y
es cierto, lo consigue, al entrar en la galería te surgen una serie de
preguntas que buscan respuesta. La contestación aceptable solo puede salir de
la relación entre tú y la obra. Un calendario con los 12 meses llenos de
primeros de mayo festivos, día del trabajo intrabajable, ¿dedicamos nuestra
vida a un “santo trabajo” que nos concede un día festivo? ¿Hay trabajos que te
hacen sentir que todos los días son fiesta? Con el título Calendario de fiestas laborables nos hace pensar en el nombre de la
muestra, trabajo absoluto, todo lo
que hacemos es considerado como trabajo, nos supone un esfuerzo que tenemos que
calcular y racionar para no agotarlo y conseguir algo productivo. Nuestra vida
sería el trabajo absoluto. Desde que nacemos tenemos el deber de hacer cosas, objetivos
vitales que todos tenemos que ir cumpliendo para que nuestra vida sea completa
y productiva. Llorar, hablar, andar, ir a la guardería, ir a la escuela,
aprender, formarnos, especializarnos y volvernos máquinas de trabajo. Erosis, nos lleva a la educación, donde los
estudiantes se han transformado en tizas que se han desgastado de forma
diferente ¿la edad? ¿Las acciones? ¿El conocimiento? En las paredes, pizarras
saturadas de escritos ilegibles que se han mezclado hasta no distinguirse más
que una masa blanca, recuerda a la exposición del Reina, ¿demasiado
conocimiento? ¿Cómo escribimos sobre algo que está lleno? Educarnos supone
tiempo, trabajar consume tiempo, todos estamos ordenados por el tiempo que se
transforma en nuestro inalcanzable, algo a lo que aspiramos, algo así como un
nuevo modelo de belleza imposible de conseguir. Un reloj invertido se convierte
en la escultura sobre la base que nos prohíbe el contacto. Mientras sobre
nosotros, luces amarillas que recuerdan a las ferias se mezclan con las nuevas
serpentinas y guirnaldas festivas que nos rodean continuamente, las balizas
amarillas y negras que llaman nuestra atención. ¿Atención al tiempo de trabajo?
¿Cómo distribuimos nuestro tiempo? ¿El tiempo es nuestra frontera, nuestro
límite? Preguntas que abruman, como la capacidad de las obras de envolverte. Dentro
de lo que él mismo llama “crisis de la representación” encontramos estas obras que
inundan las salas. Escultura expandida, supone la invasión del espacio y en La fiesta como oficio además crea una
especie de claustrofobia al incorporar la reproducción sonora de frases que ya
habíamos leído bajo el 1 de mayo de Calendario
de fiestas laborables. Cogiendo
cosas ya conocidas y fabricadas, tendiendo al ready-made duchampiano, las
modifica, o re-crea, llevándonos a meditar sobre temas cotidianos con elementos
“vulgares”. Otro elemento con el que trabaja Moraza es el lenguaje, “trato las
palabras como si fueran trozos de piedra, maltratándolas” consiguiendo que
obtengan un significado nuevo en relación a la obra que acompañan. La palabra “trabajo” sustituye a grandes
conceptos vitales, apropiándose de su espacio (la vida misma), en las frases
que acompañan el ciclo natural del tiempo, el sol y la luna, en el calendario.
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