Pablo J. Hernández
Establecer un diálogo entre artista ciudadano y
espectador ciudadano ha sido uno de los grandes objetivos de la obra de Juan
Luis Moraza. Este escultor, profesor en la Universidad de Vigo presenta su
muestra “Trabajo Absoluto” en la Galería Espacio Mínimo, pudiéndose ver los
conceptos escultóricos que propone una de las figuras más representativas del
arte español actual. El trabajo como eje de nuestras vidas, cómo utilizamos el
trabajo hasta en nuestro tirmpo libre o en nuestros sentimientos, intentando
rentabilizar nuestras propias vivencias debido a un pensamiento capitalista que
anula la experiencia del trabajo en sí: “la productividad destituye la
excelencia en el trabajo”.
La exposición presenta cuatro obras que intentan
mostrar ese concepto que el artista establece: Calendario de días laborables, tomando como referencia el día del
trabajo (1 Mayo), el artista despliega 366 páginas de calendario en la que
todos los días es el mismo, una Oda al trabajo entendido como acción de
paciencia, cariño y empeño, no equiparándose a algo meramente industrializado. La Fiesta como oficio, una alegoría a la
relación entre el trabo y el ocio, el goce y la angustia que provoca la
cotización continua, expresado mediante una pira en la que la vida se consume y
en la cual se reduce todo. Erosis muestra
enormes tizas de carácter antropomórfico, la erosión que produce en nosotros la
falta de lo que somos, la esencia. Dicha obra tiene mucha relación con Nofondos, varias pizarras ensuciadas con
tiza, un filtro que se interpone entre la esencia pura de lo que somos, la
escritura ha ensuciado la imagen propia, tamizando nuestro interior, por lo
cual la única manera de escritura que se da en este momento es el borrado de
esta capa blanquecina que nos oculta.
La muestra viene a ser una reflexión de lo que pasa
en la sociedad: el establecimiento de la laboriosidad en todos los aspectos de
nuestra vida, la “moda” de hablar de intereses, rentabilidad, hipotecarnos una
vida sin que sea el banco quien interceda, si no, únicamente, un pensamiento
que nos lleva a establecer el axioma de que quien no actúa de tal forma es un
perezoso. Es en esta afirmación donde influyen la política y la industria,
capaces de hacernos llevar a nuestro interior el hecho de que debemos trabajar,
no de una forma artesanal, paciente y satisfactoria, sino de una manera
masificada, una gran fábrica que manufactura un ideal ponzoñoso en los que la “masa
activa” se ahoga en su propio jugo.
He aquí la distopía por la que trabajamos día tras
día, una sociedad mundial en la que los pensamientos más radicales se han
vuelto académicos y de los que se espera lo mismo que de nosotros: producción.
Esta idea recuerda a la exposición República
que Moraza realizó el año pasado en el Reina Sofía, un problema de la
sociedad democrática actual, no basado en la política sino en la subjetividad
antropológica: el dilema que afronta cada ciudadano entre la pasividad y sus
posibilidades de participación en la vida social. Esto viene a resumir lo que
hemos dicho al principio, la relación que se establece entre el ciudadano
artista que lanza un mensaje (que no deja indiferente) y la reacción que toma,
o decide tomar, el ciudadano espectador. La incómoda posición que nos hace salir de nuestra burbuja personal no es
otra que la construcción de unos valores, tanto del trabajo como de la
sociedad, que no nos haga caer en el “rebañismo” ovejil que tanto nos gusta,
pues al fin y al cabo es más cómodo plantearse la vida con una burda guía rápida
que nos enseña como no destacar.
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