WORKAHOLISM
Trabajo absoluto. Juan Luís Moraza. Galería Espacio Mínimo. C/Doctor Fourquet. 16/ene/2016 - 05/mar/2016
MOGARRA
CERVERA, Juan Antonio.
Espacio
mínimo frente a tiempo máximo, es lo que se encuentra el visitante al
enfrentarse a la muestra de Moraza. Arte conceptual de -corte social- en donde
el receptor se siente desbordado, saturado de información, y donde ya no se
distingue la figura del fondo. El artista ha tomado –para su trabajo absoluto- referencias donde confluyen
teorías político-económicas, así como antropomórficas y psicopatológicas.
Esta Fiesta alude a una conmemoración funeraria
encubierta por la desmemoria. La amplitud de la información desplegada –a
través de los aforismos- traslada al sujeto todo un compendio de creencias, valores
y sortilegios acerca del trabajo que
se despliegan ante él. En el mismo calendario se yuxtapone información sobre el
día, información astrognómica y
astrológica. En una sola hoja un compendio de la identidad del sujeto en un día
concreto; el trabajo (el de cada cual) y cómo lo define y le define, su
duración y cómo puede influir en su temperamento la posición estelar. Ni siquiera
disponer de un día más implica una libranza.
Este tiempo de asuntos propios es un tiempo que
nunca llega, que se resta a un futuro imposible mediante un presente que no
deja de retroceder pero, a su vez, se encuentra estancado y bunkerizado.
El individuo-trabajador es consumido a través del reloj que avanza hacía el 0
absoluto. Ese sujeto simulado a través del reloj (con sus latidos) se encuentra
atravesado de las señales de precaución ¡peligro
por obras! El mismo es una obra que avanza inexorable hacía su
autodestrucción. El trabajo nos envuelve en esa noción ibérica de la obra, de
la construcción, pero también de la tragedia, del peligro sobre algo a medio
derrumbar, la proximidad inminente de la catástrofe.
El
trabajo es lo que nos constituye y destruye, como esa bomba de relojería en el
sótano que con su tic tac, anuncia la
cuenta atrás; de la sirena de la obra, del fin de la vida laboral, del fin de
una parte de la identidad del sujeto o de su propia vida como tal fue. Ante esta
perspectiva algunos han optado por el desgaste onanista del trabajo convertido
en pura adicción. El tamaño desmesurado de los erosis, clara connotación sexual surrealista, alude, por otro lado,
a la ruina del cuerpo a lo largo de la vida. Desde las (p)enérgicas y afiladas
juventudes hasta el taco desgastado de la senectud. También y, en relación con
uno de los aforismos de la fiesta del trabajo, si compartimos la afirmación de
que …el trabajo es la cocaína del pueblo,
en esa erosión pituitaria, vemos la depresión del ánimo cuando abrimos y no
queda más que plástico tenido de polvo. Aún así algunos en esa erosis nasal-mental chuparán compulsivamente
en busca de los últimos resquicios de placer.
Complemento del anterior, el goce del trabajo
puede llevar en su propia erosión o barroquismo por fricción autocomplaciente,
dando como resultado un borrado del signo en el palimpse(x)to por una
hipertrofia de la recurrencia de semiosis. Nos encontramos ante el “bloc mágico”,
enlazado con la pulsión de la destrucción creativa.
Condenados a la conectividad perpetua del ser
humano, que hace estar disponible en todo momento, el homo ludens se transforma en eslabón entre el capital que obtenemos
con nuestro esfuerzo y la consumición del mismo. Como decía Guattari el sujeto no es sólo un mueble extraño, es
también algo conectado permanentemente, un avatar maquínico, una ficha más en
el trueque general de bits. Los piratas
de Silicon Valley no sólo nos han robado la cartera, también el reloj y nos
encontramos atrapados en la repetición perpetua del día de la marmota; I`ve you babe.
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