EL TRABAJO DEL SIN TRABAJO
Juan
Luís Moraza, Trabajo
absoluto. Galería
Espacio Mínimo (C/Doctor Fourquet. 16/ene/2016 – 05/mar/2016).Jorge Belloso Miranda
Es cuanto menos curiosa y cuanto
más paradójica, la exposición de Juan Luis Moraza en la galería
Espacio Mínimo. No parece que haya sido un trabajo absoluto la
realización de la muestra, la cual sólo cuenta con cuatro obras.
Pero no vayamos a quedarnos sólo ahí, en lo evidente, pues puede
ser ello un arma de doble filo.
Resulta curiosa en primer lugar,
por lo ya comentado, lo estrecho de la muestra, la brevedad. Pues
cabe preguntarse qué tipo de discurso -o más bien slogan-,
pretende articular con ello. Resulta paradójica, como me refería en
la primera línea, porque valga la redundancia, es paradójico que
hoy aquí, en nuestro país, se pretenda hablar de trabajo. Y de
trabajo absoluto (eso ya es el colmo). Hasta en el Congreso evitan
ese tema, quizá por ello -o pese a ello-, deba de abordarlo el Arte.
No obstante, aunque resulte paradójico hablar de trabajo, hoy aquí
-e incluso pueda resultar irónico-; no lo es tanto hablar de
fiestas. Eso ya es otro cantar. Y parece que ahí acierta la obra de
Moraza (Calendario de fiestas laborales),
en destacar las fiestas. Pueda o
quiera entederse ello como meter el dedo en la llaga del estereotipo
del español, disoluto y ocioso, más que trabajador.
Sin
embargo, más que quedarse sólo en eso, en algo que podría parecer
anecdótico, además de repetitivo; es también interesante ahondar
algo más en la exposición haciendo una lectura más global y quizá
-y seguro-, más dramática de la misma, puesto que podríamos
también entender la muestra de Moraza como un canto -una coda-, al
esfuerzo y trabajo (trágico) del español. Podríamos remontarnos
con ello a lejanos ecos de Marx y la venta de la fuerza del trabajo,
el proletariado y la industrialización (pero eso siempre, o casi
siempre, y por desgracia no tanto), nos ha quedado demasiado lejos.
Así, por lo que a uno toca, una de las lecturas posibles de la
muestra Trabajo absoluto, sería
la de entenderlo como una oda y coda al labriego, al bracero, al
jornalero o al pastor español, quizá más del sur, donde los ciclos
estacionales son más extremos y no hace tanta falta un calendario,
porque este ya viene marcado por el campo y su labranza.
En
contraposición a esto, a la alienación rural, encontramos un canto
a la esperanza, de dejar ello atrás (no sólo la sala, sino el
trabajo absoluto en el
campo español), con la Educación y el Colegio (Erosis
y Nofondos); baste
únicamente entrar en el ambiente rural mencionado en el párrafo
anterior para cerciorarse de que no hay duda que ahí ésta es la
única salida factible. No obstante hoy, viendo esta obra, no puede
uno más que desentrañar la nostalgia que transmite la misma, con la
cuasi certeza de que
ni esas pizarras emborronadas, ni esas tizas a punto de extinguirse,
son la solución. O al menos no la única. Pues también queda el
trabajo, entendido en el sentido más amplio y controvertido de este
término; y hoy, no más que nunca, pero sí más que hace bastante
tiempo atrás, precario. Precariedad que no contrarrestan ni las
fiestas, ni esos lapsus ni
altos en el camino para descansar, para celebrar, puesto que quizá
hoy, no haya que celebrar. Debido a que quizá el trabajo (precario y
absoluto), dignifique hoy menos que nunca.
Y
como epílogo a ello (y también a la muestra de Moraza), encontramos
La fiesta como oficio, que
no es más que el tempus fugit en
la indecisión de optar, entre el futuro del intelecto (Erosis
y Nofondos) o lo
manual (Calendario de fiestas laborales);
para acabar quizá, probable e irremediablemente, de algún modo, con
un accidente laboral (La fiesta como oficio),
mientras alguien proclama: ¡Circulen,
aquí no ha pasado nada!
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