jueves, 3 de marzo de 2016

EL TRABAJO DEL SIN TRABAJO


EL TRABAJO DEL SIN TRABAJO
Juan Luís Moraza, Trabajo absoluto. Galería Espacio Mínimo (C/Doctor Fourquet. 16/ene/2016 – 05/mar/2016).

Jorge Belloso Miranda



Es cuanto menos curiosa y cuanto más paradójica, la exposición de Juan Luis Moraza en la galería Espacio Mínimo. No parece que haya sido un trabajo absoluto la realización de la muestra, la cual sólo cuenta con cuatro obras. Pero no vayamos a quedarnos sólo ahí, en lo evidente, pues puede ser ello un arma de doble filo.
Resulta curiosa en primer lugar, por lo ya comentado, lo estrecho de la muestra, la brevedad. Pues cabe preguntarse qué tipo de discurso -o más bien slogan-, pretende articular con ello. Resulta paradójica, como me refería en la primera línea, porque valga la redundancia, es paradójico que hoy aquí, en nuestro país, se pretenda hablar de trabajo. Y de trabajo absoluto (eso ya es el colmo). Hasta en el Congreso evitan ese tema, quizá por ello -o pese a ello-, deba de abordarlo el Arte. No obstante, aunque resulte paradójico hablar de trabajo, hoy aquí -e incluso pueda resultar irónico-; no lo es tanto hablar de fiestas. Eso ya es otro cantar. Y parece que ahí acierta la obra de Moraza (Calendario de fiestas laborales), en destacar las fiestas. Pueda o quiera entederse ello como meter el dedo en la llaga del estereotipo del español, disoluto y ocioso, más que trabajador.

Sin embargo, más que quedarse sólo en eso, en algo que podría parecer anecdótico, además de repetitivo; es también interesante ahondar algo más en la exposición haciendo una lectura más global y quizá -y seguro-, más dramática de la misma, puesto que podríamos también entender la muestra de Moraza como un canto -una coda-, al esfuerzo y trabajo (trágico) del español. Podríamos remontarnos con ello a lejanos ecos de Marx y la venta de la fuerza del trabajo, el proletariado y la industrialización (pero eso siempre, o casi siempre, y por desgracia no tanto), nos ha quedado demasiado lejos. Así, por lo que a uno toca, una de las lecturas posibles de la muestra Trabajo absoluto, sería la de entenderlo como una oda y coda al labriego, al bracero, al jornalero o al pastor español, quizá más del sur, donde los ciclos estacionales son más extremos y no hace tanta falta un calendario, porque este ya viene marcado por el campo y su labranza.

En contraposición a esto, a la alienación rural, encontramos un canto a la esperanza, de dejar ello atrás (no sólo la sala, sino el trabajo absoluto en el campo español), con la Educación y el Colegio (Erosis y Nofondos); baste únicamente entrar en el ambiente rural mencionado en el párrafo anterior para cerciorarse de que no hay duda que ahí ésta es la única salida factible. No obstante hoy, viendo esta obra, no puede uno más que desentrañar la nostalgia que transmite la misma, con la cuasi certeza de que ni esas pizarras emborronadas, ni esas tizas a punto de extinguirse, son la solución. O al menos no la única. Pues también queda el trabajo, entendido en el sentido más amplio y controvertido de este término; y hoy, no más que nunca, pero sí más que hace bastante tiempo atrás, precario. Precariedad que no contrarrestan ni las fiestas, ni esos lapsus ni altos en el camino para descansar, para celebrar, puesto que quizá hoy, no haya que celebrar. Debido a que quizá el trabajo (precario y absoluto), dignifique hoy menos que nunca.

Y como epílogo a ello (y también a la muestra de Moraza), encontramos La fiesta como oficio, que no es más que el tempus fugit en la indecisión de optar, entre el futuro del intelecto (Erosis y Nofondos) o lo manual (Calendario de fiestas laborales); para acabar quizá, probable e irremediablemente, de algún modo, con un accidente laboral (La fiesta como oficio), mientras alguien proclama: ¡Circulen, aquí no ha pasado nada!


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