Manuel Franquelo Giner. Biolencia Hepidermica. Twin Gallery.
Cristina Salcedo Solís
Parece que, de un tiempo a esta parte, la única manera
posible y válida para apelar al despertar de la conciencia – o al renegar de la
realidad establecida e impuesta- es mediante la creación y difusión del
dispositivo de “lo incómodo”. No confundamos esta observación, cuidado, con un
posicionamiento en contra. Durante años, estos dispositivos han tenido forma
–en su mayoría- de grandes o pequeñas obras artísticas –literarias, plásticas,
etc.- que, debido a su carácter atrevido o incluso revolucionario –teniendo en
cuenta, por supuesto, las esferas de control/gubernativas de cada época y sus
variadas ideologías- pudieron acabar siendo censuradas o incluso incineradas.
Ha llovido mucho desde entonces –o eso creemos- y ahora
existe -¿existe?- algo llamado “libertad de expresión” y, por supuesto, de creación.
Todos podemos expresar lo que queramos de la manera que creamos conveniente.
Nos podemos servir de los conceptos y las formas más bizarras para alimentar
nuestras ideas y transmitirlas con menor o mayor acierto. Esta idea ha sido y es, sin duda, la que fundamenta gran parte de las maravillas artísticas contemporáneas. Y las no tan maravillosas.
Si trasladamos el discurso de “Lo incómodo como
apelación al inconformismo” -entendiendo “lo incómodo” como la expresión misma de las ideas contestatarias
de un sujeto convertidas en forma tangible- al campo de lo que llamamos arte
contemporáneo, llegamos al jovencísimo Manuel Franquelo Giner y “Biolencia
Hepidermica”, su primera muestra
individual expuesta en la pequeña sala de la Twin Gallery, que ya le había
acogido anteriormente con el proyecto IN-SONORA.
Franquelo, que colabora desde el año 2013 con Factum Arte,
-y aquí es donde posiciono el argumento de 0,60€ poco original pero
necesario- gustará o producirá un gran
rechazo, pero no dejará indiferente. Comencemos, por ejemplo, desde la
perspectiva de los pros: en la muestra,
asequible por su fluidez y disposición en el espacio, se recogen algunas de las
obras más representativas que son la cristalización o puesta en escena del
“desencanto de una sociedad” según el propio artista-. Obras directas, sin
necesidad real de intermediario, casi escatológicas y, por ello, efectivas a
nivel sensorial; existe, no obstante, la perspectiva de los contras: que el show no provoque en el visitante ninguna respuesta emocional ni
epifanía práctica. Que no se perciba lo escatológicamente incómodo como una
apelación al movilismo sino como una
impotencia visual.
“Buscar donde la intranquilidad se origina –dice Franquelo-
me instiga a rastrear una estética cotidiana capaz de subvertir aquellos
discursos dominantes que dirigen el reparto de lo sensible”. El artista, que ha
bebido sus influencias de teóricos como Hakim Bey –conocido por sus ideas de
reactualización de diversas realidades sociales- se encuentra a mitad de camino
entre lo deliciosamente incorrecto y lo obsceno sin motivo. Por ello, sus obras
–cuya forma resulta morbosa y excitante pero vacía de contenido- no llegan a
calar a un nivel verdaderamente esencial. La experiencia, por tanto, pervive en
el campo de lo superficial.
No confundamos, empero, la estética de “lo incómodo” –que es
absolutamente necesaria- y lo escatológico con el fracaso. Desde Damien Hirst
hasta grandes performers como Gina
Pane o Vito Acconci, la demostración de la efectividad de lo desgarradoramente
real y perturbador ha sido evidente. No obstante, esta estetización del dolor –ya
sea superficial y físico o trascendental e interno- o, en el caso de Franquelo, del
inconformismo, debe marcar. Si no es a corto, al menos a largo plazo. Ahí es
donde Franquelo se queda a las puertas.
El recorrido por la delgada línea que separa a lo sublime de
lo mediocre, cristaliza en, no una interiorización del “basurero de la cultura”
o “la cultura como basurero” –ideas muy presentes en el discurso teórico del
artista- sino en la visión de elementos potentes con mensajes insuficientes.
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