Pilar Berrozpe
Twin Gallery acoge la primera exposición
en solitario del joven artista madrileño Manuel Franquelo. Las obras de
Franquelo están escrupulosamente expuestas a modo de ciclo –casi- completo de
la carne procesada: del laboratorio donde se diseñan los preparados, a la
cámara frigorífica, las esterilizadas bandejas del supermercado y la cocina del
consumidor. Todo un ecosistema de la industria alimentaria –o de cualquier
otra- que se sustenta en una biopolítica de la estabilidad bajo una superficie
esmaltada.
El predominio de la carne y la
sangre llama a un instinto que tenemos atrofiado, el de la lucha por la
supervivencia. Siniestramente, esa carne y esa sangre no huelen a nada. La exquisita
factura de las obras de Franquelo invita a recrearse en un matadero de
síntesis. Carne y sangre no simbolizan aquí la vida que deseamos, sino la que
las fuerzas del capitalismo han diseñado siguiendo las clásicas estrategias de inducción
al consumo -aún vigentes- de Bernays. El conjunto de obras de Franquelo opera
como metáfora de una sociedad que ha delegado sus funciones y ha dejado de
producir las condiciones de su propia vida, limitándose a consumir lo que
ofrece el mercado. Lejos de recrear la alegre ludoteca del supermercado, el
artista muestra procesos de los que desconfiar: el diseño y sus fallas. ¿Es
Franquelo un pesimista adorniano? ¿O pueden esos errores producir algo mejor? Accidente,
mutación, violencia están latentes, y fuera de control.
En cualquier caso el requisito para
un consumo conformista –de productos o de política- es una combinación entre el
parecido razonable y la presentación estética. Y este efecto se consigue mediante el uso
combinado del producto procesado y su etiqueta: llamando a “eso” bacon o yogur,
se puede digerir, sea lo que sea. La semiótica del supermercado provoca que,
mientras haya una coherencia entre el signo y la apariencia, se mantenga la
ilusión de un significante auténtico. ¿Cuáles serían los efectos de aplicar esa
operación, por ejemplo, al concepto democracia? Entre las fuentes de las que se ha
nutrido Franquelo para esta exposición, figura la explosiva conversación entre Yanis
Varoufakis, Slavoj Zizek y Julian Assange, “Europe is Kaputt. Long live Europe!”
en el Royal Festival Hall, que tuvo lugar en Londres en noviembre de 2015,
justo después de los atentados de París. Ese debate se ha trasladado ahora a la
Twin Gallery: una biopolítica opaca, una construcción europea que arrastra el
pecado original de haber nacido al servicio del cartel de la energía en
detrimento de la democracia, la irrupción de los refugiados por las fisuras de
las fronteras, el vano intento de contener los límites del espacio aséptico
europeo.
Franquelo abre su puerta a todas las
prácticas, incluso a la performance. En un ritual híbrido que conjuga la
ceremonia del consumo, la eucaristía, y la escenificación del espectáculo del
arte, y cierta violencia, el cordero degollado suspendido al centro de la sala
debe ser ingerido por los visitantes. No queda claro el objetivo del artista, tal
vez reírse del que está dispuesto a tragarse cualquier cosa, tal vez también
demostrar la superior calidad de su manufactura. Porque si hay algo llamativo
en el joven Franquelo es cómo la densidad de su discurso se sustenta en la
fuerza material de sus obras. Por ejemplo, una fotografía de obscenidad
pictorialista está compuesta de ciento cincuenta registros. O un cordero de
chocolate elaborado por un maestro chocolatero, que renuncia a su
característico acabado primoroso para satisfacer la grima requerida por el
artista. Hay un regusto de trabajo de taller hecho con la nostalgia de la obra
única, y con la pericia del que ha sido cocinero antes que fraile.
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