jueves, 25 de febrero de 2016

PUERTAS AL CAMPO

PUERTAS AL CAMPO. Juan Muñoz. Galería Elvira González. Marta Souto Martín

Al contrario de Octavio Paz, que decidió que el campo estaba mejor sin puertas, la Galería Elvira González, parapetada en su torre de marfil, no deja de ser un coto privado del arte con aires de sofisticación algo progres que no siempre acierta. En este caso, la muestra desactiva el potencial escenográfico de la obra de Juan Muñoz, que pierde su razón de ser en una miscelánea sin sentido-de hecho, en cuanto hay más de tres personas rondando las salas aquello parece el zoco de Marrakech-. De manera que la sucesión de cubos blancos inconexos unos de otros termina por comprimir un relato que, lejos de emocionar, se estanca entre los muros del recinto. 

Encuentro que hay un error de base en la formulación de la monográfica: se deja de lado la importancia de lo diáfano en la exposición de este tipo de obras, donde las artes escénicas juegan un papel conceptual muy relevante. El hecho de que no se haya concebido en relación a un contexto de espacios amplios, hace que la experiencia estética del espectador no devenga libremente en un encuentro místico consigo mismo, y con su soledad, ni la ensoñación de interactuar con las presencias que gravitan se escenifique correctamente. En mi opinión, hacen falta más metros cuadrados para captar en una sola toma panorámica toda la fuerza expresiva de los grupos escultóricos, de apariencia cristalina, y elevar a la máxima potencia el poder comunicacional de sus formas, de texturas ambivalentes, en un diálogo gestualmente codificado.

Por otra parte, el ensimismamiento de estos cuerpos, suspendidos en un instante profundamente dramático, y la materialización de una concepción metafísica de la vida que se repliega sobre sí misma, traduce el carácter introspectivo del artista que, a su vez, se refleja en la práctica artística y en su tendencia natural a desaparecer. Encuentro inconexa la complejidad del discurso visual, muy próximo a lo literario y que nos plantea el debate del continuo espacio-tiempo, y la simplicidad del montaje que ofrece la muestra. Diría que faltan recovecos por donde entrar y salir de escena, subterfugios donde poder toparse con presencias inesperadas y escaleras que contrapongan dos niveles constructivos, en una retórica de la arquitectura del espacio, así como de lo terrenal en contraposición a lo etéreo. 

Es de relieve la importancia de la mirada, de la acción de observar a las figuras y de que estas nos observen, lo cual choca con el inquietante desequilibrio de los elementos que componen la visita, inestabilidad que nos remite a la idea de sospechar del ojo como paradigma de la razón. El realismo mágico también está llamado a participar del encuentro por medio de una serie de juegos aleatorios, donde las analogías binarias sustentan todo el entramado de discursos y nos obligan a tomar partido frente al mundo ¿Cuál es nuestro papel: el de participantes activos o el de voyeuristas

Esta pregunta incómoda se resuelve en una cuestión determinante. En la obra de Muñoz, ¿estamos llamados a formar parte de la teatralización o, por el contrario, se nos relega a un segundo plano, detrás del espejo? Es interesante la dicotomía que se establece entre los personajes descontextualizados, sin ambientación, y los espacios inhabitados de los cuadros. Así mismo, es fascinante cómo la comunicación destaca por su presencia o ausencia. Sin olvidar la soledad del individuo que se ríe de la ironía de la vida, de verse maniatado o acompañado solamente por su sombra arrojada, o a aquel otro sujeto que pareciera querer romper esa coraza de terracota que le oprime y lanzarse a volar. En definitiva, ¿cuántas dosis de realidad caben en un buen chiste? Y, lo que es más importante, ¿Juan Muñoz tiene alguna gracia?

No hay comentarios:

Publicar un comentario