Manuel Franquelo Giner, Biolencia Hepidé®mica, Twin Gallery
(14 de enero- 13 de febrero de 2016)
Alba Cortés Díaz.
En 1920, Bernays con el
fin de idear una estrategia mercantil para aumentar el número de ventas de American Tobacco, decide poner en marcha
una serie de sesiones psicoanalíticas llevadas a cabo por A.A. Bill para probar
las pulsiones irracionales del ser humano. Por tanto, en plena ola feminista en
Estados Unidos fumadoras, Bernays planteó a American
Tobacco un cambio de color en la cajetilla (en ese momento verde) pese a los tabúes
existentes acerca de que las mujeres pudieran fumar en público. El elevado
coste de cambiar el color de las cajetillas Lucky
Strike no fue inconveniente para que las mujeres pudiesen consumir tabaco
dado que el verde estaría en primera plana de las revistas de moda. Con el fin
de acabar con el problema de fumar en público, Bernays ligó la marca de tabaco
al movimiento feminista organizando un evento en el que las mujeres marcharían
por la Quinta Avenida fumando y denominando a los cigarrillos “Antorchas de la
libertad”, siendo este hecho de alguna manera u otra, un paso importante para
la igualdad de género.
Los mecanismos de
persuasión que empleó Bernays tal y cómo podemos contemplar en “The Century of
the self”, así como la necesidad y el deseo como motor central de la democracia
pueden contemplarse en la sociedad consumista de la cultura contemporánea.
Esta idea de producción y consumo de masas puede verse reflejada en la primera
exposición individual de Manuel Franquelo, Biolencia Hepidé®mica donde la galería de
arte se convierte en una carnicería, siendo el propio artista el carnicero.
Franquelo proyecta aquí
una experiencia instintiva de supervivencia, un hueco que nos invita a mirar en
lo profundo de la epidermis, produciendo una mezcla entre rechazo e interés en
el visitante de a pie. La estrategia de
producción masiva toma el control del cuerpo y la vida (animal y humana),
poniendo sobre la tabla de cortar el término “biopolítica” acuñado por Foucault.
Dibujos realizados a boli bic, probetas,
fotografías que evidencian la masacre, una viscosa loncha de bacon tamaño XL y
unos corderos desollados realizados con el mejor chocolate son el vehículo
artístico para mostrar el sufrimiento, la producción en masa, la cadena
fordista de la que parte el mundo actual. El lenguaje “naturalísticamente” cárnico
que Franquelo emplea a lo largo de toda la muestra recuerda a la polémica
exposición de Nadie habla, todos comen,
del artista asturiano Cuco Súarez, en la que en la inauguración repartió entre
los asistentes productos alimenticios de origen animal mientras declamaba por
el vestíbulo de la Escuela de Arte y Oficios de Oviedo que lo que el público
estaba contemplando no era una performance. En este caso y como si de ritual se
tratara, Manuel Franquelo reparte religiosamente los pedacitos de uno de los
corderos que antes mirábamos con distancia y que en ese momento parece
endulzarnos el final de la muestra, haciéndonos formar parte de la cadena de montaje
de la que hablábamos, introduciéndonos en un estado de ensoñación, no sin
intentar nuevamente contestar la famosa pregunta… ¿esto es arte?
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