jueves, 25 de febrero de 2016

Juan Muñoz: The "Storyteller".

Juan Muñoz. Galería Elvira González.
Cristina Salcedo Solís

Hace ya algunos años, el fallecido artista madrileño Juan Muñoz -que llevó su arte a las más prestigiosas instituciones del mundo- le comentaba a Paul Schimmel en una entrevista: “A collector once told me that I was a trickster. And I felt that there was nothing wrong with being a trickster. In a way, that’s great”.

Trickster. Tramposo. Embaucador. Que se guarda algo bajo la manga. Muñoz, al cual se le han atribuido las más variopintas etiquetas, estaba, de hecho, de acuerdo con tal afirmación. Si los juegos de manos y las verdades ocultas son lo necesario para merecer tal sobrenombre, es fácil llegar a comprender a aquel coleccionista al contemplar la primera exposición de Juan Muñoz en la céntrica Galería Elvira González.

En la muestra, en la que se mezcla fotografía, pintura y escultura, resalen sin duda las rugosas figuras monocromáticas de resina de poliéster que parecen querer atraparte y que completan las salas, integrando no solo el plano arquitectónico en una perfecta conjunción contenedor-contenido, sino al espectador dentro de la narración. Y se dice narración con conocimiento de causa. Es éste aspecto el que resulta más efectivo y directo y el que, sin duda, define el estilo del escultor, a medio camino entre lo clásico y lo vanguardista. Storyteller, de hecho, es otra de las etiquetas que Muñoz se llevó a la tumba.

Es inevitable no sentirse parte imprescindible de la instalación. Ya no se es un simple espectador al uso. Las figuras que te sonríen y los espejos que te devuelven tu imagen configuran una experiencia artística fascinante, que invita a mirar y continuar mirando, desgranando cada detalle visible e invisible. Observar desde el “grado cero” para que la recepción sea pura y que, como dijo el propio artista “captes que algo no está bien”. Algo no está bien, está vacío. Algo te llama y no sabes qué es. Es una relación momentánea e íntima entre sujeto y objeto que te devuelve la mirada y que convierte a ésta, quizás, en introspección.

Sus figuras, de una belleza inusual e incluso bizarra –algunos de sus ayudantes no querían quedarse acompañando a las esculturas por la noche- conectan a un nivel trascendental con el visitante, acogido por el ambiente casi solemne que su arte proporciona al lugar. Y aquí tenemos otra de las características de Muñoz que la muestra explicita. Es la integración de las figuras con el plano arquitectónico y la activación del mismo -aspecto que valoraba enormemente en artistas como Richard Serra o Robert Smithson- de una manera del todo especial y sugestiva: “The architecture behaves as a backdrop to the figures-diría el artista-it creates a psychological space for the figure that permeates the spectator’s perception”. Percepción que se ajusta o cambia, ya no solo porque las figuras cuelguen de los techos y las paredes y parezcan buscar tu atención, sino por cómo interactúan espacio y escultura, fundiéndose para manifestar un vigor indiscutible de sombras y matices.


El artista, que durante años portó consigo una navaja con la que estableció una relación “casi neurótica” –según sus propias palabras- explora en sus obras no solo la soledad del ser humano, sino la violencia y la ferocidad con la que él mismo convivía, desde una perspectiva casi “teatral” que convierte a sus miedos y sus ideas en armas artísticas de largo alcance. 

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