jueves, 25 de febrero de 2016

La escultura no ha muerto

LA ESCULTURA NO HA MUERTO

Juan Muñoz - Galería Elvira González.

Cristina Sanz García


Un espacio abierto, casi vacío. Un espacio en blanco, en el que la propia estancia se convierte en protagonista. Una vez más el público toma partido, se mezcla y se inserta en la obra. La obra necesita de su espectador  tanto como el espacio necesita de las obras. Un extraño escenario a tres bandas, donde cada uno de estos tres elementos (lugar, público y obra) son actor en primer plano y como director de la función se encuentra el artista Juan Muñoz. ÉL escribe el guión pero el final puede tomar diferentes caminos, resultados muy diversos que dependen de la interpretación de cada uno.

A pesar se su repentina y pronta desaparición en 2001 a la edad de 48 años, cuando se encontraba en un momento cumbre de su carrera, su obra permanece con nosotros y , por tanto, tanto su esencia, su mensaje, como su propia persona (o personaje) siguen con los “pies en la Tierra”. Una tierra que se proyecta bajo su particular perspectiva, su curiosa mirada del mundo y los seres humanos. Seres humanos que ocupan el mundo y van de un lado a otro, entran y salen de diferentes espacios, o permanecen estáticos y observadores. Movimientos que nos recuerdan a su propia obra.
En la galería Elvira González, una pequeña muestra de algunas de sus piezas más importantes (esculturas por las que más reconocido es, pero también algunos dibujos y fotografías), inundan las salas y se adueñan de la misma. Las esculturas con formas humanas de un tamaño más reducido, entablan un diálogo entre ellas o con otros elementos como espejos o las paredes que las sostienen. Todo es importante para entender la atentación ( o no intención) del artista.

Otros elementos son fundamentales para captar esa genialidad de Juan Muñoz. Y es que no todo se reduce a la forma, la cual puede impactar y sobrecoger al público, existen cualidades que él ha transmitido a sus creaciones. La teatralidad es una de ellas, subrayada por el realismo que albergan. Todo está dispuesto como si en cualquier instante esas formas humanas fueran a cobrar vida y siguieran con la interpretación de su papel. Al mismo tiempo sus esculturas y todas sus obras tienen un factor literario, poético, aunque él haya querido desligarse de ser un poeta en muchas ocasiones asumiendo que tal vez si que fuese un narrador de historias. Historias muy realistas y con una gran expresividad, que han salido del papel y sus manos les han dado forma. Y sobre todo, el trasfondo psicológico que tiene todas ellas, marcado o no, pero que permanece y que se encarga de estremecer al que las observa.

Hemos de entender, que la escultura ya no vive aislada en un rincón de una sala de exposición, que ha roto los cánones de belleza clásica y los estándares hieráticos. Aquí las esculturas se expanden más allá de su perímetro. Ocupan otros lugares que no imaginábamos e incorporan nuevos elementos.  Sus rostros cruzan el límite de la expresión, donde una sonrisa exagerada nos desconcierta. Sus esculturas tan similares por el material o el color, son cada una de ellas una obra totalmente diferente a las demás que cobra sentido por sí misma, y que mandan un mensaje aislado del resto.

La escultura no ha muerto, y nunca morirá. Juan Muñoz es uno de los grandes ejemplos que han sabido darle una nueva visión a este arte dentro de un periodo desvirtuado donde es difícil encontrar la maestría del artista. El ejemplo de Two Figures, one laughing at one hanging, es sin duda el pico más alto de su toque personal.

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