jueves, 25 de febrero de 2016

NO VOLVERÁN A SER JÓVENES


NO VOLVERÁN A SER JÓVENES

Juan Muñoz, Galería Elvira González, c/ General Castaños, 3. (20/ 01/ 2016- 30/ 03/ 2016)

Jorge Belloso Miranda



Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde, sentencia Jaime Gil de Biedma en No volveré a ser joven. Sentencia, no obstante, que parece pasar desapercibida, al menos para los dos chinos de resina de poliéster (Sin título, 2001), que se burlan sin saber muy bien de qué (como por otro lado son siempre las burlas de juventud), en una actitud más que infantil señalándose el gesto frente a un espejo. Burla a la que asiste desde el palco principal, en lugar privilegiado, el chino que se eleva sobre nosotros (Balcón con figura de un chino, 1991), sólido, pero que parece a pesar de ello, gravitar; dejando con ello, el consecuente destrozo generalizado en la sala, el cual representan las obras de sillas inestables y lámpara que cojea, que contrasta esta última a pesar de todo, con el sofá abandonado que la acompaña. Y parecen proclamar en este descalabro, en el diálogo que sostienen las figuras mencionadas, en el espacio que comparten, que claro, que ¡cómo no!, que como todos los jóvenes, yo [ellos] vine [vinieron] a llevarme [llevarse] la vida por delante.

Dejar huella quería antes de salir de esta habitación (a la derecha de la entrada de la Galería Elvira González), es lo que parece insinuar la figura ciertamente haraposa impregnada de una especial pátina gris (Walking with a Glove, 2001), antes de despedirse y marcharme [se] entre aplausos, en concreto hacia la siguiente sala (la que se encuentra a la izquierda tras la entrada a la galería), pues ahí lo esperan dos personajes sentados (One Laughing at the Other, 2000), que a la altura de la película ya saben que: envejecer, morir, eran tan sólo las dimensiones del teatro. Y no obstante, a pesar de todo, de llegar al fin de la película, de la partida, de la trama o de la vida, sonríen; como se suele decir, como vacas indúes, sin más verdad que la de saber -y quizá sea por eso-, que:

ha pasado el tiempo

y la verdad desagradable asoma:

envejecer, morir,

es el único argumento de la obra.


De la obra y también quizá de la exposición, pues cuando acabas de ver las obras que acogen las salas de la galería, y de burlarte del sinsentido y tomarle el pelo como a chinos a las mismas; queda la duda y reflexión de saber quién se la jugó a quién. Y creo que Juan Muñoz en cierta forma, también plantea eso en su obra, de que la vida va en serio, pero también nos la podemos tomar a broma, llevándonos todo por delante, esperando a envjecer y morir, y hastiarse, como parece que espera ese sofá abandonado por todos y que nos da la sensación que en cualquier momento acabará siendo abandonado por su última compañera, la lámpara que se inclina y se apaga sin dejar huella, sin aplausos, ocultando -apagándose la última luz-, las verdaderas dimensiones del teatro.

Destacan en este sentido, dos pequeñas obras, que parecen pasar desapercibidas durante toda la muestra (Sin título, 1998), que son no obstante, las que nos sobreviven y nos despiden -el sentido descendente de las mismas lo revela-, dejándonos ir, como no puede ser de otra manera, sin dejar tras nosotros ningún rastro de huellas.

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