NO VOLVERÁN A SER JÓVENES
Juan Muñoz, Galería Elvira González, c/ General Castaños, 3. (20/
01/ 2016- 30/ 03/ 2016)
Jorge Belloso Miranda
Que la vida iba en serio uno lo
empieza a comprender más tarde, sentencia Jaime Gil de Biedma en
No volveré a ser joven. Sentencia, no obstante, que parece
pasar desapercibida, al menos para los dos chinos de resina de
poliéster (Sin título, 2001),
que se burlan sin saber muy bien de qué (como por otro lado son
siempre las burlas de juventud), en una actitud más que infantil
señalándose el gesto frente a un espejo. Burla a la que asiste
desde el palco principal, en lugar privilegiado, el chino que se
eleva sobre nosotros (Balcón con figura de un chino,
1991), sólido, pero
que parece a pesar de ello, gravitar; dejando con ello, el
consecuente destrozo generalizado en la sala, el cual representan las
obras de sillas inestables y lámpara que cojea, que contrasta esta
última a pesar de todo, con el sofá abandonado que la acompaña. Y
parecen proclamar en este descalabro, en el diálogo que sostienen
las figuras mencionadas, en el espacio que comparten, que claro, que
¡cómo
no!, que como todos los jóvenes, yo
[ellos] vine
[vinieron] a llevarme
[llevarse] la vida por delante.
Dejar huella quería antes
de salir de esta habitación (a la derecha de la entrada de la
Galería Elvira González), es lo que parece insinuar la figura
ciertamente haraposa impregnada de una especial pátina gris (Walking
with a Glove, 2001), antes de
despedirse y marcharme [se]
entre aplausos, en concreto
hacia la siguiente sala (la que se encuentra a la izquierda tras la
entrada a la galería), pues ahí lo esperan dos personajes sentados
(One Laughing at the Other,
2000), que a la altura de la película ya saben que: envejecer,
morir, eran tan sólo las dimensiones del teatro.
Y no obstante, a pesar de todo, de llegar al fin de la película, de
la partida, de la trama o de la vida, sonríen; como se suele decir,
como vacas indúes, sin más verdad que la de saber -y quizá sea por
eso-, que:
ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la
obra.
De la obra
y también quizá de la exposición, pues cuando acabas de ver las
obras que acogen las salas de la galería, y de burlarte del
sinsentido y tomarle el pelo como a chinos a las mismas; queda la
duda y reflexión de saber quién se la jugó a quién. Y creo que
Juan Muñoz en cierta forma, también plantea eso en su obra, de que
la vida va en serio, pero también nos la podemos tomar a broma,
llevándonos todo por delante, esperando a envjecer y morir, y
hastiarse, como parece que espera ese sofá abandonado por todos y
que nos da la sensación que en cualquier momento acabará siendo
abandonado por su última compañera, la lámpara que se inclina y
se apaga sin dejar huella, sin aplausos, ocultando -apagándose la
última luz-, las verdaderas dimensiones del teatro.
Destacan en
este sentido, dos pequeñas obras, que parecen pasar desapercibidas
durante toda la muestra (Sin título, 1998), que son no
obstante, las que nos sobreviven y nos despiden -el sentido
descendente de las mismas lo revela-, dejándonos ir, como no puede
ser de otra manera, sin dejar tras nosotros ningún rastro de
huellas.
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