Juan Muñoz, Galería Elvira
González, desde el 20 de enero hasta el 30 Marzo 2016, Madrid.
Melisa Vargas del Pino
Escultura clásica y de vanguardia, esta
mezcla de técnicas que presenta la exposición –de principios de los 90 hasta
comienzos del 2000- seleccionados por la Galería Elvira González, sin duda nos
muestra una de las mejores etapas creativas de este referente de la
escultura contemporánea.
Las obras de Juan Muñoz, desde el
comienzo hasta el final de esta breve pero intensa visita, nos envuelve en su
dramatismo y teatralidad tan característica. Los diálogos mudos y las
carcajadas silenciosas se repiten continuamente, metiéndonos de lleno en el
papel de los personajes, reflexionando así sobre la idea que transmiten junto a
un porqué continuo.
La cuestión más llamativa es ¿por qué
se ríen?, las risas representadas en los rostros inexpresivos y congelados,
enmascaran el vacío existencial en su continua monocromía grisácea y lúgubre,
que no hace sino recalcar la tristeza y
soledad de toda la exposición. A través de esta utilización del gris, lo que se
consigue es que las figuras pierdan sus rasgos de personalidad, siendo de esta
forma, iguales a la vista del espectador.
El espacio de la galería es perfecto,
de tal manera que permite al espectador rodear las piezas e interactuar con
ellas, como en el caso de las dos figuras colocadas frente al espejo de rasgos
asiáticos –personajes muy utilizados por el artista-. Ante esta obra, es
imposible no mirarse en el espejo y observar a través de él a los dos hombres
de alegre expresión, convirtiéndonos así en el otro de nosotros mismos o idea
de otredad, claramente representada.
Por otro lado, es imposible no fijarse
en la pequeña figura de terracota, situada a una altura superior al resto, dejando
un claro mensaje ya no de superioridad sino de prioridad ante el resto,
mostrando así la evolución de lo clásico a lo vanguardista. El juego de la
ausencia de individualidad, certeza y misterio, o realidad y ficción también
está presente sobre todo en las obras pictóricas. A través de esta
representación de espacios imposibles, laberinticos y de aura enigmática, nos
transmite la sensación de estar en un gran abismo del que no podemos escapar.
De lo que no podemos huir es de la
primera y última obra, One laughing and
the other y Two figures one laughing
at one hanging, claramente relacionadas. En la primera, los dos personajes
se ríen entre sí, mostrando complicidad a través de la expresión, en un diálogo
inexistente; en el caso de la última, uno de ellos se encuentra colgado de la
lengua mientras el otro está tumbado en el suelo, riéndose a carcajadas. Con esta
ultima escena, se juega con la sombra de ambos y con la idea de mofa, pero
sobre todo cabe destacar la figura del techo que denota un gran dramatismo en
su forma de cruzar las piernas, como si de un nuevo Cristo se tratase. Esta
suceso tan sobrecogedor, consigue transmitir miedo, es el todo o nada, la
censura de saber que a día de hoy, hay que medir aquello que se dice, y que por
desgracia, muchos encuentran la felicidad, a través del sufrimiento del prójimo.
Salir con más pavor del que entras,
seria el resumen de esta muestra, donde entras en un espacio expositivo
intentando refugiarte de la cruda realidad, y sales aún más deprimido. Esta muestra
de “todos somos iguales” es ilusoria, como las conversaciones de estas piezas; al
final siempre gana el mejor, riéndose del otro, que ha sido condenado por
hablar más de la cuenta, atendiendo a
los prejuicios y valores de una sociedad estancada. Pero una cosa esta clara,
el que ríe el último, ríe mejor y dos veces.
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