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de enero a 13 de febrero de 2016: Manuel Franquelo Giner
Biolencia
Epidé R mica, Twin Gallery
Carlos
Pérez Pestana
Si el
paradigmático personaje de Rabelais hubiera contemplado tal loncha de beicon de
230x80x1 cm, que el artista titula Perdiendo
el significado (Bacon 16), es de suponer que, al hacérsele la boca agua,
hubiera inundado cientos de hectáreas de la campiña francesa. Es de suponer que
Pantagruel tuviera que consolarle cuando se percatase de que tan monstruosa
loncha de beicon no era más que una hiperrealista escultura de silicona
adecuadamente pigmentada.
Manuel Franquelo, manejando de forma
maestra ese agradecidísimo medio que es el bolígrafo de tinta roja y otros
materiales, nos ofrece, con un gran sentido del humor -biolencia, en vez de
violencia- una muestra de ese mundo cotidiano al que estamos acostumbrados como
es el de las cosas que vemos cuando vamos a la carnicería de la esquina. Esa
bandeja de “porexpand” con restos de la lámina plástica que envolvió un pedazo
de res y que ha dejado un rastro sanguinolento en el fondo de aquélla, o un
papel encerado arrugado y abierto, con un trozo de carne -¿solomillo?- sobre
él. Este último dibujo formando parte de un conjunto de seis que conforman el
grupo In vitro y de los que surge esa
“biolencia” nuestra de cada día en el que nos servimos el resultado de una
violencia previa ejercido sobre alguno de esos miles de seres vivos a los que
concedemos el honor de alimentarnos. Franquelo en esta aséptica carnicería
virtual-real nos los muestra.
¿Es animalista el artista?
¿Pertenece a esa, a cada momento más numerosa, multitud de congéneres que
renuncian al consumo de proteínas de origen animal, en aras de una “convivencia pacífica” entre el ser
humano y el mundo animal del que, después de todo, formamos parte? Pues… no lo
sé, pero por el fondo irónico que parece poseer la intención de la exposición,
yo diría que no.
Pues bien, dicho lo expuesto en los
párrafos anteriores y si el valor simbólico de la obra de arte está ligado a su
relación con el mundo material –es decir, real- donde aquélla es producida, no
cabe duda de que la obra de Manuel Franquelo ha de poseer una buena dosis de
este valor, ya que vivimos en una sociedad en la que la que muchas personas no
es que manifiesten, manifestemos, un debido y adecuado respeto a aquellos seres
con los que compartimos la estancia en el planeta, sino que se ha pasado a una
especie de reverencia casi religiosa hacia todo ser vivo, a veces acompañado de
un aparente y cierta forma de desprecio hacia sus propios congéneres que
cometen el craso error de ingerir productos –proteínas, grasas, etc.- de origen
animal; todo ello sin percatarse de que también los vegetales son seres vivos
y… Bueno, dejémoslo así. (También cierran los ojos al hecho de que en la
historia de la Humanidad no tenemos noticia de la existencia de civilizaciones
veganas porqué éstas se extinguen, dado que el mundo vegetal no nos proporciona algunas substancias imprescindibles
para la vida animal).
Por lo que se refiere al valor de
mercado de la obra expuesta… ¿lo tiene y en qué medida? No nos la imaginamos
decorando la sección de carnicería de una gran superficie comercial: el efecto
sería, probablemente, el contrario al deseado. Además, dado el peseterismo de
estas grandes empresas no parece razonable pensar que iban a hacer la inversión
necesaria para adquirir las obras del artista que, por otra parte, separadas
unas de otras perderían el significado con el que Franquelo ha querido
dotarlas, pero el de la comercialización –salvo museos y dar prestigio a las
galerías- es un problema del arte contemporáneo.
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