jueves, 18 de febrero de 2016

EL SUEÑO DE GARGANTÚA



14 de enero a 13 de febrero de 2016: Manuel Franquelo Giner
Biolencia Epidé R mica, Twin Gallery

Carlos Pérez Pestana


                Si el paradigmático personaje de Rabelais hubiera contemplado tal loncha de beicon de 230x80x1 cm, que el artista titula Perdiendo el significado (Bacon 16), es de suponer que, al hacérsele la boca agua, hubiera inundado cientos de hectáreas de la campiña francesa. Es de suponer que Pantagruel tuviera que consolarle cuando se percatase de que tan monstruosa loncha de beicon no era más que una hiperrealista escultura de silicona adecuadamente pigmentada.
            Manuel Franquelo, manejando de forma maestra ese agradecidísimo medio que es el bolígrafo de tinta roja y otros materiales, nos ofrece, con un gran sentido del humor -biolencia, en vez de violencia- una muestra de ese mundo cotidiano al que estamos acostumbrados como es el de las cosas que vemos cuando vamos a la carnicería de la esquina. Esa bandeja de “porexpand” con restos de la lámina plástica que envolvió un pedazo de res y que ha dejado un rastro sanguinolento en el fondo de aquélla, o un papel encerado arrugado y abierto, con un trozo de carne -¿solomillo?- sobre él. Este último dibujo formando parte de un conjunto de seis que conforman el grupo In vitro y de los que surge esa “biolencia” nuestra de cada día en el que nos servimos el resultado de una violencia previa ejercido sobre alguno de esos miles de seres vivos a los que concedemos el honor de alimentarnos. Franquelo en esta aséptica carnicería virtual-real nos los muestra.
            ¿Es animalista el artista? ¿Pertenece a esa, a cada momento más numerosa, multitud de congéneres que renuncian al consumo de proteínas de origen animal, en aras  de una “convivencia pacífica” entre el ser humano y el mundo animal del que, después de todo, formamos parte? Pues… no lo sé, pero por el fondo irónico que parece poseer la intención de la exposición, yo diría que no.
            Pues bien, dicho lo expuesto en los párrafos anteriores y si el valor simbólico de la obra de arte está ligado a su relación con el mundo material –es decir, real- donde aquélla es producida, no cabe duda de que la obra de Manuel Franquelo ha de poseer una buena dosis de este valor, ya que vivimos en una sociedad en la que la que muchas personas no es que manifiesten, manifestemos, un debido y adecuado respeto a aquellos seres con los que compartimos la estancia en el planeta, sino que se ha pasado a una especie de reverencia casi religiosa hacia todo ser vivo, a veces acompañado de un aparente y cierta forma de desprecio hacia sus propios congéneres que cometen el craso error de ingerir productos –proteínas, grasas, etc.- de origen animal; todo ello sin percatarse de que también los vegetales son seres vivos y… Bueno, dejémoslo así. (También cierran los ojos al hecho de que en la historia de la Humanidad no tenemos noticia de la existencia de civilizaciones veganas porqué éstas se extinguen, dado que el mundo vegetal no  nos proporciona algunas substancias imprescindibles para la vida animal).
            Por lo que se refiere al valor de mercado de la obra expuesta… ¿lo tiene y en qué medida? No nos la imaginamos decorando la sección de carnicería de una gran superficie comercial: el efecto sería, probablemente, el contrario al deseado. Además, dado el peseterismo de estas grandes empresas no parece razonable pensar que iban a hacer la inversión necesaria para adquirir las obras del artista que, por otra parte, separadas unas de otras perderían el significado con el que Franquelo ha querido dotarlas, pero el de la comercialización –salvo museos y dar prestigio a las galerías- es un problema del arte contemporáneo.



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