INSTANTES
JUAN MUÑOZ (Muestra individual)
Galería
Elvira González
20
de enero de 2016 – 30 de marzo de 2016
Marco Torres Romero de Ávila
Dijo una vez Juan Muñoz que lo único
que no se podía representar en una obra de arte eran el presente y la muerte. Esta
exposición demuestra que, como mínimo, el artista lo intentó con bastante ahínco.
Por una parte, tenemos grabados: se trata de escenas sencillas, de una cualidad
sobria que podría parecer casi costumbrista por momentos: habitaciones,
mobiliario y poco más. No obstante, son piezas que hablan de momentos;
instantes cruciales, de peligro e incertidumbre, cuando el cataclismo está a
punto de desatarse -y aquí no se trata de grandeza y épica, las mayores catástrofes
pueden ser las cotidianas, domésticas, y con frecuencia lo son-. Por supuesto,
esta tentativa (captar el instante) no es algo inédito en la historia del arte
ni mucho menos, pero es cuanto menos elogiable la valentía de Muñoz para
acercarse a conceptos de este tipo desde medios artísticos considerados
tradicionales y ortodoxos, así como su destreza a la hora de lograr
transmitirlos.
Lo mismo podría decirse de sus
esculturas, que en realidad son el plato fuerte de la muestra. Es aquí donde el
autor levanta el vuelo verdaderamente, pues se acerca a territorios bastante más
inexplorados para el medio escultórico que para manifestaciones artísticas de
más reciente aparición (performance, happening). Un ejemplo: cuando Muñoz
enfrenta dos de sus figuras (víctimas del habitual ataque de grotesca hilaridad)
con un espejo, está abriendo el abanico conceptual de una forma insospechada, y
todo mediante una solución extremadamente sencilla y elegante. A nivel tanto
artístico como expositivo, el espejito de marras está consiguiendo la ansiada
interacción con obra y discurso de la que tanto se habla en sesudos debates del
ámbito académico. La fórmula funciona: primero nos resulta chocante, es el
shock de encontrarte a ti mismo en medio de un conjunto escultórico; luego viene
la inevitable risilla boba que a cualquiera le sale con la situación (y ojo:
llegados a este punto estamos convirtiéndonos también en una de esas figuras,
aunque no tengamos rasgos asiáticos ni estemos hechos de resina); finalmente,
la reflexión. Al menos, para aquel dispuesto a zambullirse un poco en el
asunto, claro. El propio espacio y colocación de la obra obligan a colarse y
echar un vistazo a través del espejo si se quiere ver algo más, ya que no se
puede recorrer en sus 360º.
Caemos en la cuenta de que hemos
formado parte momentáneamente de la pieza. Empiezan a golpearnos con toda su
fuerza algunas ideas: la alienación que genera la situación; la dualidad entre
soledad/colectividad; o ese instante que ha sido, pero ya ha volado. Todos
estos son los logros de estas piezas, si bien he querido analizar con algo más
de profundidad esta por ser la que (en mi opinión) lo ejemplifica de
una manera más certera e intensa. También encontramos a otros dos tipos que,
sentados en sendas sillas colgantes, se descojonan alegremente. Otra vez se
superponen los instantes del peligro, el real y el metafórico: ese cinismo
extremo del que parecen hacer gala podría ocultar una puñalada por la espalda
al interlocutor. Pero también es cierto que una de las sillas está más
descolgada que la otra y a punto de caer (pura comedia), y que la cabeza del
espectador está justo debajo… Como colofón,
una fila de personajillos (¿siempre el mismo?) que emergen de la cabeza de una
de las figuras, nos remiten a los experimentos con la secuenciación de los días
tempranos de la fotografía, o quizá a ese movimiento que querían representar
los futuristas. Sea como fuere, Muñoz demuestra que consiguió saltarse los
(aparentes) límites naturales de su medio artístico y avanzar nuevos caminos.
Presente, atrapado.
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