REFLEJO
INTERACTIVO: SÍ O SÍ
Juan Muñoz, Galería Elvira
González (20 enero – 30 marzo 2016)
Andrea Sanz Sáez
El uso de piezas figurativas y
realistas por parte de Juan Muñoz en un momento en el que impera en
la escena artística lo prácticamente opuesto, y más aún a través
de un formato como es la escultura, que en su caso se aleja de toda
monumentalidad posible, es ante todo arriesgado. Un riesgo que Muñoz
tomó desde sus inicios perseguido por sus obsesiones, retomando la
figura humana en la escultura contemporánea y que lo han llevado a
la primera línea del panorama artístico actual. A pesar de esta
figuración y realismo, sus obras no se despegan de la
contemporaneidad, reflexionan, narran, muestran, critican; no se
quedan en lo técnico o estético que también las acompañan, sino
que el diálogo que generan tanto interno como con el espectador es
el salto fundamental en la creación del artista.
A pesar de trabajar otras
disciplinas, como se ve en la muestra de Elvira González, tales como
la pintura, el grabado o la fotografía, la escultura es lo más
sobresaliente tanto en la exposición de la galería como en toda su
carrera artística. El juego de las figuras con el espacio y su
ocupación en el mismo aluden a sus breves estudios de Arquitectura;
la relación que entre ellas mismas se genera se da a través de la
(no)conversación en un coloquio mudo o de la gran carcajada
irremediablemente contagiosa que instan al oyente-observador a
entrometerse, de este modo introduce también al espectador en ese
mecanismo multidireccional de relaciones entre la obra consigo misma
y con el voyeur allí
presente. Esa interpelación con el espectador es igualmente visible
en su amigo de profesión Richard Serra, el cual a través de la
escultura en abstracto o minimalista y con una escala mucho mayor,
altera el entorno y cambia la identidad del espacio obligando, del
mismo modo que Muñoz con el uso de los espejos, a olvidar su rol
pasivo e interactuar con la obra.
De manera individual, las figuras de
los personajes chinos de la obra Sin título
recordarían a la escena final de Tokio Monogatari,
donde en una situación que roza lo dscabellado, el papel que
interpreta Chishu Ryu y su vecina no dejan de sonreír durante la
conversación sobre el fallecimiento de la esposa de éste, muy a su
pesar y de manera obligada, al igual que parece forzar uno a otro en
la obra de Muñoz. Sin embargo, visto en conjunto, la repetición del
mismo modelo oriental en las esculturas sugiere un llamamiento a la
masa, una identificación por parte de cualquiera con la obra y su
inserción en la misma. Lo mismo ocurriría con One
laughing at the Other, donde por
la actitud cómplice de las dos figuras queda claro el entendimiento
entre ambas, sin embargo, el elemento narrativo que emite una de
ellas no llega hasta la otra, mostrando un poso de incomunicación o
falta de comprensión. Esta misma obra, junto a Balcón con
figura de un chino, apunta a los
inicios de Juan Muñoz con la creación de balcones y barandillas,
tanto por la situación de la obra en el espacio (por encima del
nivel lógico visual y pegadas a la pared), como por la introducción
del elemento del balcón en la obra del 91. La obra más destacada
por su fuerza propia y autonomía es Two figures, one
laughing at one hanging, que
consigue lo que en palabras del propio Juan Muñoz pretendía lograr
con sus obras: “Creo que en las obras de arte más logradas, las
piezas existen sin ti. Siempre he tenido la sensación de que una
pieza debe funcionar incluso cuando no haya nadie”.
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