Manuel Franquelo Giner, Biolencia
Hepidérmica, Twin Gallery, San Hermenegildo 28, 14 Enero- 13 Febrero 2016.
María Bustos Borrego
El
filósofo Slavoj Zizek redacta en El goce
y sus vicisitudes una escena donde un hombre exhibe su miembro retorcido:
"su verdadero objetivo no es exhibirse, sino hacer avergonzar a su prójimo
por tener que enfrentarse a su ambigua atracción/repulsión frente al
espectáculo que está forzado a contemplar".
Esta
idea de atracción/repulsión es precisamente la que trasmite la exposición de Manuel
Franquelo Giner a través de obras que representan nuestro entorno cotidiano,
con un trasfondo crítico al capitalismo, al consumismo, cuestionando siempre
los contras (más que pros) de los avances científicos.
Es
inevitable entrar en el espacio de Twin
Gallery sin dar vueltas perplejo alrededor de la instalación Un
cordero después de haberle explicado lo que es el arte contemporáneo (2016),
donde cuatro cuerpos de corderos degollados cuelgan del techo de la sala, uno
de ellos realizado en resina acrílica, de blanco impoluto, los otros tres de
chocolate, oscuro, apetecible, uno de los cuales curiosamente se encontraba
"a medio comer". La idea de tener colgando en una galería cadáveres
de cordero es desagradable, pero la posibilidad de hincarle el diente a algo
dulce es tentador, y como no, apetecible. Por suerte, las esculturas no eran
hiperrealistas.
Me
confieso, como hipocondriaca y enferma
de soriasis sentí repulsión al ver dos impresiones de pieles marcadas, pálidas,
enfermas de cáncer: Manufacturing the
self (2016) colocadas sobre bandejas como producto cárnico para supermercado.
Nos preocupamos de forma compulsiva del aspecto físico, ya no a nivel estético,
sino también saludable; lo cual
contrasta con Perdiendo el significado
(Bacón 1€) (2015) algo físico pero a
nivel interno que no nos preocupa tanto como el aspecto físico externo: lo
consumimos, es económico, nos gusta y fin, no importa el porcentaje químico del
producto, o si se trata de un pastiche
de "vete a saber qué".
Lo
químico, las alteraciones en los alimentos, todo a favor del consumo y del
mercado plantea fórmulas morales sobre los límites del juego. La ciencia es
tomada como la historia de descubrimientos que mejoran la calidad de vida
humana, ¿en serio? La realidad es que la ciencia es la historia de un
ensayo/error constante, errores que en ocasiones han dado resultados
"útiles", avances como la clonación, cuyos planteamientos y límites
morales obligan a suspender las investigaciones (reflejo de ello sería el moho
de las probetas de la instalación Dolly
(2016)).
La
putrefacción, lo feo, lo enfermo como reflejo de la sociedad, me recuerda un posible
significado de la "herida kafkiana": reflejar lo vivo como parásito de un cuerpo para evitar que este muera, como si todos fuéramos enfermos gratuitos de los experimentos del sistema. El capitalismo nos programa como sujetos perfectos para consumir, consumir de
forma compulsiva, sin control, pero controlando cada uno de nuestros
movimientos a través de códigos de barras y dígitos que nos vinculan a cuentas
bancarias, a lugares, a consumo, todo lo que compramos, vemos o hacemos puede
controlarse a través del consumo, de nuestra forma de consumir.
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