jueves, 18 de febrero de 2016

LA FÁBRICA DE SALCHICHAS, UNA ALEGORÍA DEL TERROR

LA FÁBRICA DE SALCHICHAS, UNA ALEGORÍA DEL TERROR. Manuel Franquelo Giner. Biolencia Hepidérmica. Twin Gallery. Marta Souto Martín.

Como el funambulista cuando a riesgo de caerse atraviesa la cuerda floja, Manuel Franquelo Giner desafía tambaleante las leyes de la lógica en una retórica de lo provocativo. Nos empuja a vivir una experiencia comunitaria de inmersión en una inquietante escenografía donde operan cuerpos inertes en suspensión, residuos orgánicos de grandes dimensiones, tubos de ensayo y altas dosis de sangre a lo Tarantino. El aspecto clínico de la Twin Gallery-muros de un blanco inmaculado, ausencia total de decorado y luces de quirófano-, encaja perfectamente con la ilusión de que nos adentramos en una suerte de sala de disecciones.

Alejándose de los medios de producción artística tradicionales, Franquelo construye una narrativa de lo cotidiano a través de la utilización de un lenguaje violento que reflexiona sobre la relación antitética entre lo artificioso de nuestra cultura y su efecto perverso sobre la pureza de lo biológico. Así mismo, pone sobre la mesa el sometimiento de la contemporaneidad a las reglas de la mercantilización del tiempo y el espacio vividos, en un proceso de invención de nuevas formas de existencia.

En Biolencia Hepidérmica se establece una dialéctica entre los rituales de civilización de la especie humana y los procesos de manufacturación insertos en la economía de mercado, entendidos como dispositivos que se encargan de la estetización de la apariencia de un animal que acaba de ser ejecutado y trasladado del matadero al supermercado de turno, donde su carne es consumida en cómodas bandejas para llevar. La estética de lo grotesco implícita en los dibujos, objetos e instalaciones visualiza la crudeza de un relato que tiene como tema central la pérdida del valor simbólico de las formas y su conversión en mercancías.

En alusión a la deriva mecanicista de las acciones cotidianas que conforman nuestra vida, idea que podría extrapolarse a La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica de Walter Benjamin, el artista denuncia las dinámicas de producción en serie de las cosas que conforman nuestra cultura visual y su efecto atomizador sobre el principio de exclusividad como criterio para pensarlas en su contexto originario. Análogamente, el sacrificio masivo de animales y su procesamiento en cadena, deviene en unas prácticas de explotación del medio ambiente que evidencian la insostenibilidad de nuestros modos de relacionarnos con el ecosistema. 

Además, el problema de la sobrepoblación lleva a un aumento de la demanda del consumo humano, lo cual provoca el desbordamiento de las industrias cárnicas que aceleran artificialmente los procesos vitales de las reses, haciendo que se reproduzcan y críen de manera forzada. Sin embargo, este sometimiento sistemático de los recursos naturales a un sistema de superproducción abusivo no se concibe socialmente como una forma de violencia y, paradójicamente, cuadra con nuestro código ético. No molesta.

Pero el mundo moderno no se queda atrás, tal y como queda reflejado en una de las escenas más terribles de Koyaanisqatsi: Life Out of Balance de Godfrey Reggio, ya que viene a ser, metafóricamente, como una fábrica de salchichas. Al igual que en un matadero, donde la muerte se representa de un modo coreográfico, los seres humanos participamos de la vida camuflándonos entre las arquitecturas, subiendo y bajando escaleras mecánicas, invirtiendo nuestro tiempo en esperar el metro y perdiéndonos los detalles.

En definitiva, Franquelo elabora una poética del impacto que la cultura de la obsolescencia programada y del consumo compulsivo tiene sobre la sociedad actual, así como del desencadenamiento de una crisis de las subjetividades y de la concepción del mundo como una sucesión de acontecimientos perversos. Por último, la morbosidad también está invitada a participar del engranaje de la exposición. El banquete que sigue a la muestra nos ofrece dos posibilidades: seguir transgrediendo los límites de lo abyecto, saborear el chocolate y mirar hacia otro lado o darnos cuenta de que arriba hay una soga.

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